Somos
más de lo que parece los que no encajamos en este mundo de
injusticias y sinrazón. Soy uno más que así lo sentía y busqué.
Busqué para llenar vacíos, busqué para hallar respuestas y busqué
para encontrar un sentido que diera un rumbo y propósito cierto. No
de deseos vanos ni fantasías, o de efímeras satisfacciones, sino
algo verdadero, algo real. Todo respondía a un anhelo profundo del
interior que me llevaría a las puertas de quién soy en realidad,
pues en el fondo me estaba buscando a mí mismo, solo que en un mundo
extraño, duro e inhóspito, donde había otros como yo, pero muchos
parecían haber perdido ese impulso que me animaba, o bien lo tenían
adormecido, pues se afanaban diariamente en menesteres y placeres
temporales que no eran de mi interés.
Pronto
descubrí que no sería fácil, que podría pasarme toda la
existencia buscando y perderme en el laberinto de teorías, libros,
creencias, filosofías y doctrinas varias. Descubrí que había
muchos buscadores ávidos de conocimiento, pero también mucho
embaucador que se aprovecha de la gente y su necesidad para
convertirlo en un negocio, sea dinero, poder o adoración, algo que
sentía era incompatible recordando la frase “por sus frutos los
conoceréis”.
Algo
tenía claro, y es que no quería ser un eterno buscador, pues
comprendí que el mundo estaba llenos de ellos, pero pocos habían
encontrado de verdad, pues muchos solo habían adoptado las frases y
fórmulas de otros pero no habían encontrado por ellos mismos. No es
que lo que dijeran no fuese interesante, pero si no se estudia, se
trabaja, se integra y se convierte en conocimiento propio en base a
su aplicación en la práctica y llevado a la experiencia, nunca
llega a ser sabiduría.
El
que sabe, el que encuentra, no es porque haya leído mucho y posea
una biblioteca entera, eso es solo acumulación de información,
incluso lo podríamos llamar conocimiento si se ha comprendido e
integrado; pero la sabiduría es otra cosa, es la aplicación del
conocimiento en la práctica y la experiencia, transformando
universos, tanto internos como externos, produciendo alquimias y
creando realidades nuevas que mejoren la vida y su entorno.
No
quería ser un eterno buscador, sino un encontrador. Y no es que el
que encuentra haya terminado su búsqueda, pues el aprendizaje
continúa, sino que ha conseguido sus certezas, algo necesario para
seguir encontrando. Pero para ser un encontrador tenía que estar
dispuesto a trabajar sobre mí mismo y llevar a la práctica aquello
que mi discernimiento validaba como necesario: observación
constante, un centro de gravedad, consideración hacia el prójimo,
impecabilidad, coherencia, etc. Todo es a base de esfuerzo, pues sin
consciencia no hay nada, es la que da dirección y propósito al
trabajo con las energías, materia prima de todo lo creado. Y para
alcanzar consciencia hay que dominar el ego, el enemigo interno que
nos boicotea e impide acceder a la Consciencia del Ser.
Acallar
al ego y sofocar sus deseos es nuestra tarea más dura, pero también
la más productiva cuando atendemos a las necesidades del Ser. Ese
ego nuestro que no puede ser eliminado, porque es parte de nosotros,
es un programa que nos sirve para relacionarnos con el mundo
exterior, pero si puede ser domado, unificado, dominado y atado en
corto para que obedezca la voluntad del Ser, transformando las
miserias en virtudes.
El
trabajo es interior para que pueda tener reflejo en el exterior.
Todas las posibilidades están a nuestro alcance pero hay que asumir
la responsabilidad de nuestros pensamientos, palabras y actos. Todo
lo exterior lo han puesto para evitarlo, toda la manipulación, todo
el control, todas las mentiras y engaños están pensados para
dividirnos y alejarnos de nuestra realidad más íntima: la de
conectar con nuestro SER, lo más precioso de la Creación. Porque
ante Él no tendrían ningún poder, ningún control, ninguna defensa
posible, porque donde el ego mira monstruos gigantes el Ser ve
pequeñas hormigas.
Ángel
Hidalgo
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