El
sueño siempre nos han acompañado,
eterno
camarada del otro lado
que
nos hace habitar mundos compartidos,
uno
para soñar y otro para vivir lo soñado,
pues
no hay ningún sueño malogrado
sino
aquel que dejamos olvidado
en
el espacio entre dos latidos.
Es
el sueño nuestro propio portal
hacia
el fondo de nosotros mismos,
que
igual nos conduce a los abismos
que
nos eleva del estado mortal
para
mostrarnos sin espejismos
lo
que somos en lo esencial.
Mundos
de deseos y fantasías,
de
anhelos, tristezas y alegrías,
parajes
extraños y extravagantes,
lugares
familiares no vistos antes
y
el recuerdo del niño que fuimos.
Sueños
pequeños y sueños grandes,
sueños
que limitan o expanden,
sueños
que, sin recordar siquiera,
no
es extraño sentirlos y que nos manden
sus
impulsos que nos dirigiera,
aunque
parezcan una quimera.
Sueños
para vaciar, sueños para llenar,
sueños
de blancos, grises y rojos,
sueños
que oscurecen y para iluminar,
sueños
de futuras risas y pasados enojos,
sueños
de nueva magia con la que crear
y
todo un universo por experimentar
con
solo abrir y cerrar los ojos.
Y
qué es esta existencia, me pregunto,
sino
un lugar por donde transitamos,
dormitando,
y mientras despertamos,
en
este gran escenario conjunto
nos
creemos lo que somos... pero soñamos.
Ángel
Hidalgo
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