25 noviembre 2018

EL PERDÓN Y EL DESPERTAR


Cómo pesa la inconsciencia del pasado,
tanto daño que me hice y cometí,
corriendo como loco a cualquier lado
arrastrado por un sonámbulo frenesí.

Hoy contemplo con otros ojos lo andado
y reconozco cuántas veces me perdí,
entre ilusiones, para acabar desolado
sobre abismos y laberintos que recorrí.

Me perdono, me perdono por ignorante,
como perdono las ofensas que recibí,
obras fueron de la inconsciencia del instante
y del pálido reflejo que habitó en mí.

Cómo dar amor o ser buen amante,
si ni siquiera fuera capaz de perdonar,
cómo trascender caminos y caminante
sin saber del desapego y de soltar.

Peregrinos somos en un mundo de prisiones,
persiguiendo mariposas que no pueden volar,
reclusos de nuestras mentes y ensoñaciones
cuando solo tenemos que querer despertar.

Abrir bien los ojos, abandonar las ilusiones,
discernir, sentir y saber escuchar,
reconociendo entre pensamientos y emociones
los que provienen de la esencia y su recto obrar.

Abandonar deseos, albergar inquietudes,
sacrificar fugaces placeres por felicidad,
transformando miserias y alimentando virtudes
en las que reside lo más digno de la Humanidad.

Ángel Hidalgo



10 noviembre 2018

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO


El ser humano no solo existe en un espacio euclidiano de tres dimensiones, sino que percibe una dimensión más que es el movimiento de los cuerpos en el espacio, algo que conocemos como tiempo. ¿Pero qué es el tiempo en realidad? ¿Estamos atados al tiempo o es posible escapar de él? ¿Es el tiempo ese tirano inflexible que dicen que nunca perdona o aquel justo y misericordioso que dicen que todo lo cura? ¿El tiempo juega en nuestro favor o en nuestra contra?

Si hay algo seguro, es que el tiempo pasa de manera inexorable, y ésto se puede ver como un suplicio o como una bendición, pues al fin y al cabo somos nosotros y nuestra percepción quien califica, matiza y da sentido a la realidad que nos contiene. No cabe duda que vivimos en una realidad que está regida por unas leyes que parecen inmutables: un cuerpo tarda un tiempo en ir de un lugar a otro distante, después de la noche llega el día, después de la primavera viene el verano, y después vendrá el otoño, para terminar en el invierno y renacer de nuevo con la primavera; con los años los cuerpos crecen, maduran, envejecen y mueren. Todo ello enmarcado por el paso del tiempo, ese observador silencioso, pero incesante, que nada deja quieto y todo lo mueve sirviendo a algún propósito secreto esperando ser descubierto.

Dice la sabiduría popular que el tiempo va poniendo a cada uno en su sitio y a cada cosa en su lugar, pero si bien en nuestra corta y acotada existencia hemos podido tener algunas pruebas de ello, la verdad es que no siempre ha sido así, al menos en este mundo y en nuestro limitado espacio de observación.

Se habla mucho de la manipulación del dinero como creador de deudas, de las religiones como formador de creencias desviadas, o de ideologías como generador de políticas y partidos enfrentados; pero poco se habla de la manipulación del tiempo como paradigma que nos encadena y esclaviza: el tiempo que se ha impuesto como una forma de vida y nos consume, el tiempo al que estamos atados para cumplir unos horarios preestablecidos, siempre pendientes del reloj, de la entrada y salida al trabajo, el tiempo como cantidad de esfuerzo para obtener un salario, el tiempo como cumplimiento de tareas, comidas y reuniones, y también el tiempo como medida que tenemos para nuestra salvación.

En todas las épocas se habló de lo cerca que estamos del final de los tiempos. En todas las religiones han amenazado con el apocalipsis, la condenación y la salvación, el cielo y el infierno, los justos y pecadores, la recompensa y el castigo como forma de control para que nadie se saliera del rebaño porque el fin era inminente, y dentro del redil estarían a salvo cumpliendo con los mandatos y preservando así su autoridad por sobre la mayoría. Y no niego con esto que no vendrá un final para dar lugar a un nuevo comienzo, sino que a lo largo de la historia ha sido usado ese final de la humanidad como “la ira de Dios”, como herramienta del miedo y como un medio de control. Pero también nos encontramos, es justo decirlo, con el otro extremo, donde nos venden ese final y cambio de humanidad como si fuera la panacea a todos nuestros males y que solo tenemos que esperar porque, con su llegada, todos seremos salvos sin importar que lo merezcamos o no. Como siempre, el centro equilibra ambos polos, y en él se encuentra la virtud y la verdad.

Lo cierto es que el tiempo no es culpable de nada, ni tampoco es nuestro benefactor, pues, como ha quedado expuesto, el tiempo es solo el movimiento en el espacio, y es ese movimiento con su dirección y propósito marcado, quien determina a dónde vamos y qué cosecharemos, pues es a cada paso y con el compendio del camino recorrido como construimos nuestro destino.

Por encima del tiempo está la consciencia, que es el verdadero parámetro de la realidad y quien en verdad determina el rumbo de nuestras vidas. Nuestra consciencia es quien finalmente elige y decide con su voluntad hacia dónde se encamina, se esfuerza y construye, cosechando aquello que sembró por el camino. Lo que más nos cuesta es hacernos responsables de nosotros mismos asumiendo nuestras miserias y virtudes para dar un rumbo cierto a nuestra existencia, sin culpar a nadie, sin buscar salvadores, salvo a aquel que llevamos dentro.

Ángel Hidalgo