Vivimos
en la era de la información, denominada así porque ésta abunda por
todos lados. Internet y las nuevas tecnologías han facilitado que
cualquiera pueda tener acceso a la información que desee, desde lo
más profundo y cualificado hasta lo más insulso e insustancial,
desde la noticia proveniente de un medio de comunicación oficial
hasta la opinión y el testimonio de cualquier desconocido. Más que
información, existe una sobreinformación, que lleva aparejada un
alto grado de excitación, pues, junto con las redes sociales, nos
hemos vuelto consumidores compulsivos de noticias e información que
impactan en nuestro mental y nos tragamos como golosinas sin ningún
valor nutricional, sobrecargando las impresiones y atiborrando
nuestra mente, al tiempo que nos atan al tiovivo de la inmediatez,
donde todo requiere de nuestra atención, pero nada es importante.
Lo
que ayer fue noticia ya apenas importa porque otra novedad ocupa la
primera plana, y lo que ahora nos impacta apenas durará unas horas
porque otro tema ocupará su lugar. No tenemos tiempo ni de
reaccionar porque el tiovivo sigue girando y girando, ni de pensar o
de bajarte, porque todos empujan hacia el mismo lado, aunque nadie
sabe a dónde va.
Tenemos
mucha información, pero nadie hace nada con ella. Sabemos de la
corrupción de la política, pero seguimos votando a los mismos
corruptos. Sabemos de la manipulación de los precios y la economía,
pero seguimos consumiendo y comprando sus productos. Sabemos del
engaño y los abusos cometidos por las religiones, pero seguimos
profesando el mismo credo. Sabemos de los lobbies y las falsas
ideologías de género, pero seguimos consintiendo que colonicen a
nuestros hijos y perviertan las familias. Sabemos que atentan contra
todo lo más sagrado del ser humano con sutiles palabras y retorcidas
maniobras, pero pocos levantan la voz. Sabemos que una cosa es lo que
dicen y otra cosa es lo que hacen, pero les dejamos decir y hacer
mientras no se metan con nosotros o nos toquen el bolsillo.
Seguimos
con nuestras tareas y preocupaciones diarias luchando por sobrevivir,
mientras tengamos una zona de confort en la que refugiarnos.
Trabajamos, comemos, criamos a nuestros hijos y pagamos nuestros
impuestos esperando que un día todo mejore mientras seguimos
respirando. Y a veces, es inevitable preguntarse ¿qué más tiene
que pasar para que despertemos?
El
exceso de información bombardea nuestras mentes y hasta nos vuelve
indolentes ante la atrocidad, cayendo en la apatía. Nos hemos
acostumbrado a convivir con la mentira, con el abuso, con la
corrupción y con la manipulación como algo corriente en esta
existencia donde todo el mundo corre sin sentido pero nadie se mueve
de su sitio, como un eterno día de la marmota en el que pasan cosas
todo el tiempo pero nunca cambia nada. Y uno se pregunta ¿dónde
está la Humanidad?
La
desconexión es tremenda y en lugar de humanos parecemos autómatas
repitiendo una y otra vez el patrón de existencia que nos imponen.
Nadie piensa en el prójimo, porque está tan preocupado en sus
propios problemas que no tiene tiempo para nada más. Los amigos
escasean, las familias se desmiembran y alejan, los compañeros
compiten y los vecinos apenas si se saludan. Cada cual pelea por lo
suyo intentando sacar la mejor tajada mientras nos dividimos y
fragmentamos cada día más. Y uno se sigue preguntando ¿dónde está
la Humanidad?
Está
claro que no todo es así, pero es lo que más abunda, sobre todo en
las grandes ciudades y lugares de masificación, una ingente masa de
personas trabajando, corriendo, compitiendo, comiendo y durmiendo que
visto desde arriba pareciera un hormiguero atestado de gentes
alienadas, ciudades llenas de contaminación y ruido donde está
repleto de todo, pero se respira soledad. Y uno se pregunta y se
sigue preguntando ¿dónde está la Humanidad?
¿Por
qué nos regodeamos en nuestra miserias y permitimos toda la
inmundicia exterior que nos quieren imponer? ¿Han notado alguna vez
que cuando satisfacemos nuestros propios deseos sentimos un
momentáneo placer que luego se vuelve un vacío, pero cuando
ayudamos y hacemos felices a los demás lo que sentimos es plenitud y
felicidad? ¿Se imaginan cómo sería el mundo, como cambiaría, si
los verdaderos humanos se ayudaran los unos a los otros y se unieran
en un mismo propósito?
¿Tiene
la humanidad esperanza o es un producto acabado que hay que desechar?
Ángel
Hidalgo