17 diciembre 2018

DÓNDE ESTÁ LA HUMANIDAD


Vivimos en la era de la información, denominada así porque ésta abunda por todos lados. Internet y las nuevas tecnologías han facilitado que cualquiera pueda tener acceso a la información que desee, desde lo más profundo y cualificado hasta lo más insulso e insustancial, desde la noticia proveniente de un medio de comunicación oficial hasta la opinión y el testimonio de cualquier desconocido. Más que información, existe una sobreinformación, que lleva aparejada un alto grado de excitación, pues, junto con las redes sociales, nos hemos vuelto consumidores compulsivos de noticias e información que impactan en nuestro mental y nos tragamos como golosinas sin ningún valor nutricional, sobrecargando las impresiones y atiborrando nuestra mente, al tiempo que nos atan al tiovivo de la inmediatez, donde todo requiere de nuestra atención, pero nada es importante.


Lo que ayer fue noticia ya apenas importa porque otra novedad ocupa la primera plana, y lo que ahora nos impacta apenas durará unas horas porque otro tema ocupará su lugar. No tenemos tiempo ni de reaccionar porque el tiovivo sigue girando y girando, ni de pensar o de bajarte, porque todos empujan hacia el mismo lado, aunque nadie sabe a dónde va.

Tenemos mucha información, pero nadie hace nada con ella. Sabemos de la corrupción de la política, pero seguimos votando a los mismos corruptos. Sabemos de la manipulación de los precios y la economía, pero seguimos consumiendo y comprando sus productos. Sabemos del engaño y los abusos cometidos por las religiones, pero seguimos profesando el mismo credo. Sabemos de los lobbies y las falsas ideologías de género, pero seguimos consintiendo que colonicen a nuestros hijos y perviertan las familias. Sabemos que atentan contra todo lo más sagrado del ser humano con sutiles palabras y retorcidas maniobras, pero pocos levantan la voz. Sabemos que una cosa es lo que dicen y otra cosa es lo que hacen, pero les dejamos decir y hacer mientras no se metan con nosotros o nos toquen el bolsillo.

Seguimos con nuestras tareas y preocupaciones diarias luchando por sobrevivir, mientras tengamos una zona de confort en la que refugiarnos. Trabajamos, comemos, criamos a nuestros hijos y pagamos nuestros impuestos esperando que un día todo mejore mientras seguimos respirando. Y a veces, es inevitable preguntarse ¿qué más tiene que pasar para que despertemos?

El exceso de información bombardea nuestras mentes y hasta nos vuelve indolentes ante la atrocidad, cayendo en la apatía. Nos hemos acostumbrado a convivir con la mentira, con el abuso, con la corrupción y con la manipulación como algo corriente en esta existencia donde todo el mundo corre sin sentido pero nadie se mueve de su sitio, como un eterno día de la marmota en el que pasan cosas todo el tiempo pero nunca cambia nada. Y uno se pregunta ¿dónde está la Humanidad?

La desconexión es tremenda y en lugar de humanos parecemos autómatas repitiendo una y otra vez el patrón de existencia que nos imponen. Nadie piensa en el prójimo, porque está tan preocupado en sus propios problemas que no tiene tiempo para nada más. Los amigos escasean, las familias se desmiembran y alejan, los compañeros compiten y los vecinos apenas si se saludan. Cada cual pelea por lo suyo intentando sacar la mejor tajada mientras nos dividimos y fragmentamos cada día más. Y uno se sigue preguntando ¿dónde está la Humanidad?

Está claro que no todo es así, pero es lo que más abunda, sobre todo en las grandes ciudades y lugares de masificación, una ingente masa de personas trabajando, corriendo, compitiendo, comiendo y durmiendo que visto desde arriba pareciera un hormiguero atestado de gentes alienadas, ciudades llenas de contaminación y ruido donde está repleto de todo, pero se respira soledad. Y uno se pregunta y se sigue preguntando ¿dónde está la Humanidad?

¿Por qué nos regodeamos en nuestra miserias y permitimos toda la inmundicia exterior que nos quieren imponer? ¿Han notado alguna vez que cuando satisfacemos nuestros propios deseos sentimos un momentáneo placer que luego se vuelve un vacío, pero cuando ayudamos y hacemos felices a los demás lo que sentimos es plenitud y felicidad? ¿Se imaginan cómo sería el mundo, como cambiaría, si los verdaderos humanos se ayudaran los unos a los otros y se unieran en un mismo propósito?

¿Tiene la humanidad esperanza o es un producto acabado que hay que desechar?

Ángel Hidalgo