“Conócete
a ti mismo”, dejaron escrito los antiguos griegos en el templo a
Apolo en Delfos, siendo utilizado por Platón como un llamado a la
filosofía. También a los iniciados pitagóricos se le atribuye la
frase “Conócete a ti mismo y conocerás a los dioses y al
universo”, considerada una máxima para el descubrimiento, el
conocimiento y la sabiduría.
No
hay despertar sin observación. Quien quiera aprender, conocerse,
mejorar, expandir su consciencia, tiene que aprender el arte de la
observación. Observar es prestar atención con detenimiento,
utilizando los sentidos para captar y asimilar información sobre los
rasgos del elemento observado. Es el método científico por
excelencia y la mejor forma de obtener información sobre cualquier
objeto o fenómeno, sus causas, reacciones y comportamiento. También
la observación es el método usado para la investigación rigurosa
de un hecho acaecido o el descubrimiento de un delito.
El
problema es que nadie nos enseña a observar, sino a estudiar y
aprender lo dicho por otros, a memorizar para demostrar que sabemos y
a repetir para marcar la pauta. Desde que nacemos somos observadores
por naturaleza, pero en la más tierna infancia el sistema educativo
nos inculca unos métodos y hábitos mentales que terminan
haciéndonos funcionar en base a arquetipos estructurales
estandarizados. Entonces el aprendizaje propio por medio de la
observación natural se trunca, pues empieza a discurrir por nuestra
mente los nuevos programas implantados de estudio y asimilación.
¿Cómo
conocer algo sin observar? Sería como teorizar bonito sobre la
fantasía donde cada cual le da rienda suelta a la ilusión, dando
por supuesto lo que no se conoce en profundidad, porque nada se sabe
sin la observación directa que debe estar avalada por la
experiencia. A cambio nos dieron montones de información estéril,
comida muerta con la que atiborrar la mente, pero siempre dentro de
unos parámetros oficiales, aceptados y establecidos. Para
asegurarse, también nos ataron al tiempo con un reloj controlador,
para que fuéramos sus esclavos siempre corriendo de aquí para allá
como hormiguitas atareadas, y nos ofrecieron suculentas golosinas
para distraer y entretener.
Este
es el ambiente controlado en el que nos desenvolvemos, inconscientes,
ignorantes y dormidos, deambulando por un mundo incomprendido,
sonámbulos que sueñan estar vivos, fantasmas en una carrera hacia
el olvido. Porque no hay mayor dormido que aquel que sueña que está
despierto ni mejor preso que quien piensa que tiene libertad. Es el
trance del que sueña mientras trabaja, vota y paga sus impuestos, la
granja humana, el ganado servil, el humano que se cree culto sin
darse cuenta de que es cultivado.
Observarnos
a nosotros mismo es la puerta para aprender y llegar a saber quiénes
somos, pero debe hacerse desde la altura que permita la
imparcialidad. La observación no es mental, no juzga ni condena.
Quien observa es la consciencia que contempla los procesos que se
llevan a cabo en su interior y exterior, viendo impulsos, reacciones
y deseos, contemplando el juego de los opuestos en nuestra mente, y
también, claro está, nuestros más íntimos anhelos que pugnan por
salir y manifestarse, nuestro instinto natural.
La
capacidad de observación se potencia con su uso continuado y se
amplía con la experiencia. Desdoblados en observador y observado,
seremos partícipes de nuestro rol y personaje, del papel que
representamos y también del escenario en que vivimos, porque quien
aprende a conocerse a sí mismo termina conociendo a los demás y el
desarrollo de la obra en perspectiva. Las ilusiones se desvanecen,
las máscaras y caretas se caen, la desnudez se muestra sin rubor y
la obra empieza a desvelarse completa.
Nos
damos cuenta de la futilidad del ego, de sus vanidades y jugarretas,
hasta que éste agacha la cabeza cuando se sabe descubierto y
revelado, alumbrado por la luz de la consciencia, cazado en sus
maquinaciones y sus tretas, sorprendido en su juego de malabares y
desenmascarado en su farsa de tragicomedia y opereta.
Entonces
asoma el Ser que somos y todo tiene otro sabor, la alquimia y la
transmutación de energías expande nuestro universo, empezamos a
vivir y no solo a figurar, el personaje deja de ser solo un actor y
se hace cargo de la obra, tomando el timón de su destino, dándole
un rumbo cierto a la existencia, sabiéndose viajero de caminos y
surcando travesías a lomos de las olas de la Vida.
Ángel
Hidalgo
Muuy bueno que tuvieras tu blog... estoy en lo cierto!? Y gracias por lo entregado en esta ocación!+
ResponderEliminarEs un honor reconocer en los tiempos que corren a personas consecuentes y con sentido común, por otro lado el menos común de los sentidos...; gracias por su hidalguía en sus escritos, siempre valientes y generosos con el ser humano. Y sobre todo..., gracias por SER.
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