Hace
siete años, tal día como hoy, un 20 de febrero de 2011, a las 20:15
horas, comenzaba el primer paso de un proyecto llamado DDLA. Su
título, por demás significativo: "¿Qué es la Realidad?”
Luego
siguieron muchos pasos más, un elevado número de artículos y un
sinfín de comentarios que suscitaba cada uno de ellos. A medida que
se iba vertiendo el conocimiento, también se fue dando la
preparación requerida, entregando las herramientas y lo medios para
que cada uno, si quería, pudiera encontrar sus respuestas, alcanzar
sus certezas y aplicar su coherencia entre pensamiento, palabra y
obra, requisito indispensable para la expansión de consciencia.
Porque la transformación, precursora del Gran Evento, tanto interior
como exterior, individual o colectivo, no consiste en la simple
transmisión de conocimiento, sino que el receptor debe estar
preparado para recibirlo, decodificarlo, comprenderlo e integrarlo
para proceder con impecabilidad, templado por la consideración e
impulsado por la acción de la consciencia y la ejecución del
espíritu que moldea la realidad.
Pasamos
por muchas vicisitudes, incomprensiones, abandonos, traiciones y
tormentas, pero el rumbo se mantuvo firme tanto en aguas calmas como
turbulentas. Las velas hinchadas al viento, aunque, por la refriega,
a veces presente algún desgarrón; la mano fuertemente asida al
timón y el vigía, en su puesto, ojo avizor, alerta a los riesgos y
quimeras, con la mirada clavada en el horizonte.
En
el azote de los vientos, si alguno se cae se levanta, se ata al cabo
y recupera su centro de gravedad, ayudado por otros si lo precisa. Y
si no puede, otro ocupa su lugar. Pero el navío no se detiene,
sorteando olas y ganando espacio que devora a ritmo de un vals.
Somos
visto y no visto, discurriendo por distintos espacios matriciales, y
aunque saben de nuestra presencia, la conocen, unos la aman y otros
la temen, nadie lo puede frenar navegando erguido y silente el navío
del desafío. Unas veces prudente y otras león bravío, aparece y
desaparece, pues "detrás de lo aparente" es su nombre que
merece, al que el océano a su paso mece como una madre a su crío.
Recoge
tiernos infantes y hace de ellos marineros y piratas, pero de los de
antes, con el corazón de un niño siendo guerrero implacable, lobos
del mar con sed de aventuras que conservan su dignidad. Insaciables,
inabordables y con un ideal imborrable, son buscadores del Tesoro
Perdido en alguna remota isla con la ayuda de la mitad de un mapa que
encontraron en algún lugar. Pero tened por seguro que lo hallarán,
por más difícil que se antoje, y antes de que el viento afloje el
Tesoro encontrarán, pues ya escucharon la llamada, subieron al navío
y emprendieron el rumbo hacia la Libertad.
Siete
años navegando surcando olas de plata. Atrás quedaron tormentas,
viento, lluvia y tempestades. Arriba el oro brilla y al frente el
ancho mar, por donde navega la voluntad del Espíritu inquebrantable.
Ah,
por cierto, no me crean, no crean nada de lo que digo, investiguen y
créanse a ustedes mismos.
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