Solemos
pensar que la fascinación se da con el mundo que nos rodea, cuando
nos identificamos con el exterior, como en un partido de fútbol, en
un concierto de música, delante de un televisor, o en una discusión
acalorada, donde nuestra atención queda prendada del objeto
olvidándonos de nosotros mismos. Sin embargo, existe otro tipo de
fascinación más sutil y menos reconocible, como es la fascinación
con uno mismo, con la propia información y el conocimiento
adquirido.
Igual
que ocurre cuando alguien ha estudiado una carrera y se cree poseedor
de un conocimiento propio en el que basa su seguridad y su prestigio,
aunque no la haya practicado, mirando a menudo por encima del hombro
a los demás; así también ocurre con aquel que se da a la tarea de
leer mucho sobre auto-conocimiento, conspiraciones y manipulación de
la realidad. Son muchos los que se llaman a sí mismo "despiertos"
por el hecho de haber leído, admitido y aceptado la gran
manipulación que nos rodea. Entonces piensan que han despertado, que
ya nadie los engaña, que están al tanto de todo. Pero cabría
preguntarse ¿qué ha cambiado en realidad?...
Es
fácil caer en el campo de las teorías y la intelectualización de
la información, creyendo que por estar al tanto de ciertos
conocimientos, generalmente revelados por otros, ya forman parte de
nosotros, cuando en realidad tan solo lo hemos incorporado a nivel
teórico y de creencias, mientras no exista un trabajo de
comprensión, de asimilación, de experiencia e integración para que
se convierta en consciencia propia. El problema es manifiesto, pues
no todos se toman en serio el trabajo de integración, contentándose
la mayoría de las veces con la información meramente teórica y
descriptiva, la cual se acepta sin más o a lo sumo decimos que "nos
resuena", como si con ello estuviera todo dicho y hecho.
Cuando
esto ocurre, es fácil encontrarnos con un ego iluminado, es decir,
alguien que ha adquirido mucha información de tipo no convencional
pero sin el necesario trabajo de consciencia, lo que le produce la
ilusión de estar por encima de los demás, de estar más despierto,
cuando lo único que manifiesta es un enorme ego que se siente
superior porque cree saber ciertas cosas que los demás ignoran; pero
eso sí, un ego refinado, condescendiente, con la aureola de un sabio
y una arrogancia contenida, pues bastaría pinchar en algunos puntos
claves para que el globo, lleno de aire, reventara.
La
consciencia no se basa únicamente en los conocimientos del mundo que
nos rodea, sino en el auto-conocimiento y conciencia de sí mismo, en
la unificación de su ego y en la práctica de lo aprendido. Y se
refleja en sus actos que lo mueve a actuar como un verdadero Ser
Humano, con respeto y consideración a sus semejantes, haciéndose
cargo de sus decisiones y responsabilizándose de su existencia con
la coherencia del que dice y hace lo mismo que piensa.
Aquel
que más sabe es el que se ha dado cuenta de que apenas sabe nada,
siendo esta humildad natural la que le inmuniza contra la arrogancia
y la soberbia del ego iluminado. La dificultad de escuchar a los
demás y de saber confrontar la información de que se dispone
termina acabando en fanatismo, pues acaba defendiendo sus ideas y sus
creencias por encima de todo, ya que el ego sabelotodo pocas veces
admite estar equivocado, debido a su arrogancia y su asumida pero
ficticia iluminación.
Mientras
no accedamos a la Consciencia del Ser y ésta se haga cargo de su
vehículo físico, lo único a lo que podemos aspirar es a seguir
expandiendo nuestra consciencia para que algún día sea digna de
manifestar al Ser, mediante la cristalización de un Espíritu propio
y la integración del ego al servicio de éste. Todo lo demás son
fantasías, suposiciones y creencias, conocimientos tomados de otros,
que aprovechan los yoes para camuflarse en la ilusión del
iluminismo, de hacernos creer en una falsa luz.
Es
cien veces más fácil que se ilumine un ignorante que reconoce su
ignorancia a que el ego iluminado suelte las ilusiones a las que se
aferra por auto-engaño.
Ángel
Hidalgo
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