10 enero 2018

MENTIRAS BONITAS


Hay verdades que cuestan mucho de aceptar, mientras que las mentiras elaboradas que se adaptan a los deseos no cuestan ningún trabajo, y no solo eso, sino que con suma facilidad sustituyen y desplazan a las verdades incómodas porque nos resulta más fácil de creer, sobre todo cuando nos exime de responsabilidad y nos libra del propio esfuerzo, justificando así nuestra desidia. El ego es así, y la consciencia virtual siempre tenderá a elegir aquello que más le interesa, que se adapta a su esfera de comodidad, frente a lo que comporta trabajo, compromiso y responsabilidad.

Una de esas mentiras bonitas está basada en el amor incondicional, cuando nos dicen que debemos amar a todo el mundo, mandar amor y buenos deseos, no importa lo que digan o lo que hagan, lo que nos lleva a pensar que todo tiene excusa, que todo tiene justificación y, por tanto, todo es perdonable. Muy bonito todo. Pero entonces terminamos convirtiéndonos de manera sutil en cómplices del error y encubridores del delito, de manera que el que hace daño es consentido con nuestro permiso y beneplácito.

En el nombre del amor y de la libertad, ¿cuántas cosas vienen detrás maquilladas con esos nombres para que las aceptemos? ¿cuántas cosas se esconden detrás que solo llevan a la corrupción, a la denigración y a la miseria? ¿y cuántas cosas se camuflan con desinformación para que terminemos cediendo en nuestros derechos, cambiando libertad por monedas de seguridad?

¿Acaso no se comprende que decir “¡Basta!” puede ser un acto de Amor? ¿que no permitir el error, el engaño o la maledicencia puede ser un acto de Amor? ¿que una postura firme y decidida a veces es necesaria, precisamente como muestra de Amor?... ¿Es que el Amor solo lo ven como un sentimiento y no como una acción? Pues no son buenos sentimientos lo que el mundo necesita, sino acciones conscientes, actos de Amor.

El sistema imperante, apoyados por científicos y psicólogos, y reafirmados por mitos e iconos de diseño, han intentado llevarnos a una sociedad permisiva que todo lo acoge y ampara, aunque la falta de respeto, la agresividad, la violencia y el hacer cada uno lo que le venga en gana sin importar los demás, sigue causando estragos en los hogares, en las familias y en la misma sociedad. Pero no importa, pues las ciudades se llenan de normativas, de policías, de abogados, de jueces, y finalmente de cárceles e instituciones psiquiátricas donde van a parar todos estos “desechos” para garantizar la seguridad de las personas de bien, ésas que trabajan, pagan sus impuestos, crían hijos, votan y sostienen al sistema.

Hay mentiras muy arraigadas y difíciles de cambiar, pues desde la misma educación más básica nos inculcaron con fines de programación. Hay patrones implantados desde la más tierna infancia que aun hoy discurren por nuestro inconsciente dispuestos a saltar, a defender posturas y a crear enfrentamientos para perdernos en la maraña de las ideas, en el fango de las creencias y en el laberinto de las teorías. Desde la historia a la ciencia, desde el lenguaje a la religión, desde la política a la democracia, no han escatimado medios para crear ciudadanos (léase programas) que sirvan al sistema a costa de su dignidad, de su libre desenvolvimiento y de su misma humanidad.

El problema es mayúsculo, pues aun dándose cuenta de ello, el ser humano, no encuentra cómo salir, ya que todo está dividido, fragmentado, para ocultar la verdad. Tendrá que empezar conociendo su propia realidad, encontrarse a sí mismo dentro de su universo interior, atisbar al menos algo de su propia verdad que siempre estuvo y está esperando ser encontrada en el silencio de su mente. Y una vez encontrada dentro, que tenga reflejo en el exterior, cuando su propia consciencia se haga cargo de su existencia, cuando pensamiento, palabra y obra estén unidos por la coherencia de un Ser Humano que ha dejado de ser un programa más del sistema para convertirse en exponente de una nueva Humanidad, más libre, justa y verdadera.

Ángel Hidalgo




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