Hay
verdades que cuestan mucho de aceptar, mientras que las mentiras
elaboradas que se adaptan a los deseos no cuestan ningún trabajo, y
no solo eso, sino que con suma facilidad sustituyen y desplazan a las
verdades incómodas porque nos resulta más fácil de creer, sobre
todo cuando nos exime de responsabilidad y nos libra del propio
esfuerzo, justificando así nuestra desidia. El ego es así, y la
consciencia virtual siempre tenderá a elegir aquello que más le
interesa, que se adapta a su esfera de comodidad, frente a lo que
comporta trabajo, compromiso y responsabilidad.
Una
de esas mentiras bonitas está basada en el amor incondicional,
cuando nos dicen que debemos amar a todo el mundo, mandar amor y
buenos deseos, no importa lo que digan o lo que hagan, lo que nos
lleva a pensar que todo tiene excusa, que todo tiene justificación
y, por tanto, todo es perdonable. Muy bonito todo. Pero entonces
terminamos convirtiéndonos de manera sutil en cómplices del error y
encubridores del delito, de manera que el que hace daño es
consentido con nuestro permiso y beneplácito.
En
el nombre del amor y de la libertad, ¿cuántas cosas vienen detrás
maquilladas con esos nombres para que las aceptemos? ¿cuántas cosas
se esconden detrás que solo llevan a la corrupción, a la
denigración y a la miseria? ¿y cuántas cosas se camuflan con
desinformación para que terminemos cediendo en nuestros derechos,
cambiando libertad por monedas de seguridad?
¿Acaso
no se comprende que decir “¡Basta!” puede ser un acto de Amor?
¿que no permitir el error, el engaño o la maledicencia puede ser un
acto de Amor? ¿que una postura firme y decidida a veces es
necesaria, precisamente como muestra de Amor?... ¿Es que el Amor
solo lo ven como un sentimiento y no como una acción? Pues no son
buenos sentimientos lo que el mundo necesita, sino acciones
conscientes, actos de Amor.
El
sistema imperante, apoyados por científicos y psicólogos, y
reafirmados por mitos e iconos de diseño, han intentado llevarnos a
una sociedad permisiva que todo lo acoge y ampara, aunque la falta de
respeto, la agresividad, la violencia y el hacer cada uno lo que le
venga en gana sin importar los demás, sigue causando estragos en los
hogares, en las familias y en la misma sociedad. Pero no importa,
pues las ciudades se llenan de normativas, de policías, de abogados,
de jueces, y finalmente de cárceles e instituciones psiquiátricas
donde van a parar todos estos “desechos” para garantizar la
seguridad de las personas de bien, ésas que trabajan, pagan sus
impuestos, crían hijos, votan y sostienen al sistema.
Hay
mentiras muy arraigadas y difíciles de cambiar, pues desde la misma
educación más básica nos inculcaron con fines de programación.
Hay patrones implantados desde la más tierna infancia que aun hoy
discurren por nuestro inconsciente dispuestos a saltar, a defender
posturas y a crear enfrentamientos para perdernos en la maraña de
las ideas, en el fango de las creencias y en el laberinto de las
teorías. Desde la historia a la ciencia, desde el lenguaje a la
religión, desde la política a la democracia, no han escatimado
medios para crear ciudadanos (léase programas) que sirvan al sistema
a costa de su dignidad, de su libre desenvolvimiento y de su misma
humanidad.
El
problema es mayúsculo, pues aun dándose cuenta de ello, el ser
humano, no encuentra cómo salir, ya que todo está dividido,
fragmentado, para ocultar la verdad. Tendrá que empezar conociendo
su propia realidad, encontrarse a sí mismo dentro de su universo
interior, atisbar al menos algo de su propia verdad que siempre
estuvo y está esperando ser encontrada en el silencio de su mente. Y
una vez encontrada dentro, que tenga reflejo en el exterior, cuando
su propia consciencia se haga cargo de su existencia, cuando
pensamiento, palabra y obra estén unidos por la coherencia de un Ser
Humano que ha dejado de ser un programa más del sistema para
convertirse en exponente de una nueva Humanidad, más libre, justa y
verdadera.
Ángel Hidalgo
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