22 enero 2018

LA BATALLA INVISIBLE




En este mundo duro y cruel, lleno de perversiones y manipulación, existen muchas batallas en disputa, guerras donde mueren gentes a diario y se matan unos a otros, por ideales ficticios, por falsos conceptos de patriotismo o simplemente por ambición, por dinero y poder. Existen batallas por la pobreza donde mueren a diario niños y desfavorecidos, existen batallas por la salud donde mueren enfermos sin atender y otros a manos de sus cuidadores, existen batallas por ideologías donde se pelea por la supremacía, y batallas por la libertad donde a costa de los demás se intenta conseguir la propia.

Sin embargo, la batalla más importante, la que a la postre podría terminar con todas las demás guerras, es aquella que se libra en nuestro interior, es la batalla del Ser o no Ser que está en presencia, pero no en apariencia, en cada humano. Pues de nada servirá ganar batallas por fuera sin vencer al verdadero enemigo interior, porque ese enemigo volverá más fuerte si cabe, y lo que parecía una victoria será solo superficial, pudiendo tornarse en una nueva guerra para volvernos a despedazar por dentro y por fuera.
Esa batalla interior es la que sentimos a diario, la experimentamos continuamente sin poder evadirnos de ella, sin poder escaparnos, pues es imposible estar al margen, aun si quisiéramos vivir en un lugar apartado, solos y aislados, la batalla existiría, y se manifiesta a cada momento, a cada paso y en cada decisión que tomamos. Es la batalla de la mente contra el corazón, de lo que se piensa frente a lo que se siente, de los deseos frente a la necesidad, de lo que sabemos contra lo que creemos saber, de lo que queremos frente a lo que hacemos, de lo que hacemos frente a lo que queremos. Pues es la batalla de nuestro propio ego, la de un "yo" contra otro "yo" y éste contra todos, es la batalla de la consciencia del Ser intentando tomar con su propio vehículo, que como burro empecinado corre detrás de zanahorias. Y es tan real esta batalla interior como lo pueda ser un piedra, el suelo que pisamos o el aire que respiramos.
En esta sociedad de las prisas, de trabajar y consumir, de debatirnos entre penas y alegrías, de perseguir placeres para olvidar, de intentar sobrevivir como puedas, del corre o te quedas atrás, el sistema se ha encargado de que estemos continuamente distraídos y atareados, que cuando no estemos ocupados, estemos preocupados. El bombardeo es continuo, los medios de comunicación y el propio entorno en que nos movemos no paran de enviarnos mensajes de negatividad y adormecimiento, de miedos y de fantasías, de presagios y de tormentas. No importan si se cumplen o no, porque su función ya ha sido consumada, que es la de distraernos, atemorizarnos, mantenernos dóciles y miedosos mientras la vida pasa sin que nada cambie, que los de arriba sigan estando arriba y los de abajo sigan en el limbo de la inconsciencia, en la ocupación de los distraídos o en la apatía de la inacción.
La importancia que le damos a lo que opinan los demás, a las críticas, a los juicios, a la imagen que puedan tener de nosotros, no hace sino mantenernos en esa lucha encarnizada por encontrarnos a nosotros mismos, olvidándonos a menudo que eres el único protagonista de tu existencia, que nadie la va a vivir por ti y que solo importa realmente lo que tú pienses y sientas, siempre que actúes con responsabilidad y coherencia. Y en medio de todo ello, como gran olvidado, están nuestros impulsos más profundos, nuestros anhelos más verdaderos, nuestras corazonadas más íntimas, que quedan sofocadas por el mundanal ruido, postergadas por las prisas y ahogadas por la lluvia de la ilusión.
Esta es la batalla invisible que todos vivimos y podemos sentir en nuestro interior. Una batalla real de la que nadie se libra y que continuará hasta que dejemos de luchar en los lugares equivocados para hacernos conscientes y responsables de nosotros mismos, cogiendo el toro por los cuernos, tomando el timón de nuestras vidas y dejando que nuestra esencia nos guíe con esos impulsos verdaderos, ese anhelo innegable y esas corazonadas íntimas que te dicen quién eres en realidad.
Ángel Hidalgo



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