En este mundo duro y cruel, lleno de perversiones y manipulación, existen muchas batallas en disputa, guerras donde mueren gentes a diario y se matan unos a otros, por ideales ficticios, por falsos conceptos de patriotismo o simplemente por ambición, por dinero y poder. Existen batallas por la pobreza donde mueren a diario niños y desfavorecidos, existen batallas por la salud donde mueren enfermos sin atender y otros a manos de sus cuidadores, existen batallas por ideologías donde se pelea por la supremacía, y batallas por la libertad donde a costa de los demás se intenta conseguir la propia.
Sin embargo, la batalla más importante, la que a la postre podría terminar con todas las demás guerras, es aquella que se libra en nuestro interior, es la batalla del Ser o no Ser que está en presencia, pero no en apariencia, en cada humano. Pues de nada servirá ganar batallas por fuera sin vencer al verdadero enemigo interior, porque ese enemigo volverá más fuerte si cabe, y lo que parecía una victoria será solo superficial, pudiendo tornarse en una nueva guerra para volvernos a despedazar por dentro y por fuera.
Sin embargo, la batalla más importante, la que a la postre podría terminar con todas las demás guerras, es aquella que se libra en nuestro interior, es la batalla del Ser o no Ser que está en presencia, pero no en apariencia, en cada humano. Pues de nada servirá ganar batallas por fuera sin vencer al verdadero enemigo interior, porque ese enemigo volverá más fuerte si cabe, y lo que parecía una victoria será solo superficial, pudiendo tornarse en una nueva guerra para volvernos a despedazar por dentro y por fuera.
Esa
batalla interior es
la
que
sentimos
a diario, la experimentamos continuamente sin poder evadirnos de
ella, sin
poder
escaparnos,
pues
es imposible estar
al margen,
aun si quisiéramos vivir en un lugar apartado, solos y aislados, la
batalla existiría, y se manifiesta
a cada momento, a cada paso y en cada decisión que tomamos. Es la
batalla de
la mente contra el corazón,
de lo que se
piensa
frente a lo que se
siente,
de los deseos frente
a
la necesidad, de lo que sabemos
contra lo que creemos
saber,
de lo que queremos
frente a lo que hacemos,
de lo que hacemos
frente a lo que queremos.
Pues
es la batalla de nuestro propio ego, la de un "yo" contra
otro "yo" y éste contra todos, es
la batalla de la consciencia del Ser intentando tomar
con su propio vehículo,
que como burro empecinado corre detrás de zanahorias.
Y
es tan real esta
batalla interior como
lo pueda ser un piedra, el
suelo que pisamos o el aire que respiramos.
En
esta sociedad de las prisas, de trabajar y consumir, de debatirnos
entre penas y alegrías, de perseguir placeres para olvidar, de
intentar sobrevivir como puedas, del corre o te quedas atrás,
el sistema se ha encargado de que estemos continuamente distraídos
y atareados,
que
cuando
no estemos ocupados,
estemos
preocupados. El
bombardeo es continuo, los medios de comunicación y
el propio entorno en que nos movemos no
paran de enviarnos mensajes de negatividad y adormecimiento, de
miedos y de
fantasías,
de presagios y de
tormentas.
No importan si se cumplen o no, porque su función ya ha sido
consumada,
que es la de distraernos, atemorizarnos, mantenernos
dóciles y miedosos mientras la vida pasa sin que
nada cambie, que los
de arriba sigan
estando arriba y los de abajo sigan
en el limbo de la inconsciencia,
en la ocupación de los distraídos
o
en la apatía de la inacción.
La
importancia que le damos a lo que opinan los demás, a las críticas,
a los juicios, a la imagen que puedan tener de nosotros, no hace
sino mantenernos
en esa lucha encarnizada por encontrarnos a nosotros mismos,
olvidándonos
a menudo que eres
el único protagonista de tu existencia, que
nadie la va a vivir por ti y que
solo importa realmente lo que tú pienses y sientas, siempre
que actúes con responsabilidad y coherencia.
Y
en medio de todo ello, como gran olvidado, están nuestros
impulsos más profundos, nuestros anhelos más verdaderos, nuestras
corazonadas más íntimas, que quedan sofocadas por el mundanal
ruido, postergadas
por las prisas y ahogadas
por
la
lluvia de la ilusión.
Esta
es la batalla invisible que todos vivimos y podemos sentir en nuestro
interior. Una batalla real de la que nadie se libra y que continuará
hasta que dejemos de luchar en
los lugares equivocados para hacernos conscientes y responsables de
nosotros mismos, cogiendo el toro por los cuernos,
tomando el timón de nuestras vidas
y dejando que nuestra
esencia
nos guíe con esos impulsos verdaderos, ese anhelo innegable y esas
corazonadas íntimas que
te dicen quién eres en realidad.
Ángel
Hidalgo
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